El hambre sigue afectando a los menores de cinco años y en especial a aquellos de barrios vulnerables. Mejorar la seguridad alimentaria sigue siendo un reto.

El hambre no sólo es resultado de la pobreza extrema, sino que también perpetúa esta pobreza reduciendo severamente la productividad y la capacidad productiva de las personas, de las comunidades y de naciones enteras.

El déficit nutricional en la niñez produce secuelas irrecuperables, tales como trastornos en el aprendizaje, alteraciones en el crecimiento y un mayor riesgo de padecer enfermedades crónicas no trasmisibles en la edad adulta, lo cual, a su vez, afecta la productividad futura, perpetuando así la pobreza.

Un niño o niña que padece desnutrición hoy, en el futuro será un adulto en desventaja física, social y productiva en relación al resto de la población. De ahí la importancia de atender el problema en la etapa escolar, una de las etapas más importantes de desarrollo.

los comedores y ollas comunitarias se convirtieron en una iniciativa de impacto para las familias más vulnerables, debido al servicio y apoyo que estos puntos vienen prestando en zonas como El Renuevo y roca de Cristo del barrio Arroz Barato, especialmente para aquellos hogares donde, producto de las dificultades económicas que trajo consigo la pandemia, el acceso a una alimentación adecuada para las niñas y niños es más difícil.

Lo anterior permitió que durante el 2021 los comedores comunitarios se establecieran como espacios de solidaridad y construcción de la cultura cartagenera, proveyendo alimentos en las zonas más vulnerables de la ciudad donde la población más beneficiada es la primera infancia, los adultos mayores y las personas en condición de discapacidad.

La problemática de la desnutrición infantil nos permite una amplia posibilidad de trabajo social que combatiría la mortalidad infantil por desnutrición. Los comedores comunitarios, una oportunidad para la reconstrucción social.